Resumen del libro The School of Life por Alain de Botton

Resumen del libro The School of Life por Alain de Botton

Reseña/Sinópsis: The School of Life (2019) es una colección de lecciones filosóficas, prácticas, sobre inteligencia emocional seleccionadas de la institución de la vida real del mismo nombre. Nos brinda la sabiduría que necesitamos para entendernos mejor a nosotros mismos y a los demás al brindarnos información sobre las relaciones, el trabajo y la vida misma.

¿Quién es Alain de Botton?

Alain de Botton es un filósofo y autor cuyas obras buscan guiar a las personas a través de los altibajos de la vida moderna. En 2008, él y un grupo de compañeros escritores y pensadores fundaron The School of Life, una organización que brinda consejos de vida a través de libros, programas y otros servicios. Los libros más vendidos de De Botton incluyen Essays in Love, Status Anxiety y The Architecture of Happiness. 

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Nos conocemos mucho menos de lo que creemos

Cada día, pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en nuestra mente. A pesar de esto, tenemos muy poco control de nuestra mente y emociones. ¿Cuántas veces nos hemos sentido irritables, culpables o furiosos sin saber qué lo estaba provocando? 

Destruimos relaciones de forma regular, pero no sabemos por qué. Y muchos de nosotros elegimos una carrera sin saber si estamos hechos para ella. Nuestras mentes están  olvidando cosas, obsesionándose con ellas y engañándonos de otras maneras. Tenemos la impresión de que estamos reaccionando a cada situación por separado a medida que se desarrolla. 

Nuestras reacciones al presente están fuertemente influenciadas por nuestros recuerdos del pasado,  de nuestra infancia. El test de Rorschach es uno de los tests psicológicos más conocidos. Esta es la conocida prueba en la que examinamos una mancha de tinta y describimos lo primero que notamos. 

Las imágenes de Rorschach son abstractas y no representan nada específico. En cambio, lo que vemos en ellos está vinculado a las emociones y experiencias de la infancia. Una mujer criada en un ambiente amable y agrícola podría confundir una mancha de tinta con un animal de orejas caídas. 

Un hombre criado por un padre dominante, en cambio, podría ver la misma imagen como una figura enorme y poderosa lista para atacar. Nuestras experiencias de la infancia tienen un impacto indeleble en nuestras emociones actuales. Incluso si nos criamos en un hogar amoroso, nuestras vulnerabilidades como niños nos exponen a lesiones psicológicas que nos seguirán hasta la edad adulta. 

Dado el tiempo que los humanos pasan en la infancia, esto no es sorprendente. Un potro se pone de pie sin ayuda minutos después del nacimiento, pero a la edad de 18 años, la mayoría habrá confiado en sus padres durante 25,000 horas. Nos lleva mucho tiempo poder cruzar la calle, ponernos un abrigo o escribir nuestro propio nombre. 

No solo estamos limitados físicamente como niños, sino que también estamos subdesarrollados emocionalmente.Si escuchamos a nuestros padres gritar en la cocina, asumimos que se desprecian: no entendemos que los desacuerdos pueden ser una parte saludable de una relación. Cuando somos niños, estamos fuertemente influenciados por las actitudes de nuestros padres. 

La evitación emocional puede resultar de un estilo de crianza desdeñoso. Un padre  ocupado puede fomentar un comportamiento de búsqueda de atención. Como adultos, estos parecen ser puntos de partida insignificantes. Sin embargo, estas experiencias rudimentarias tienen consecuencias de largo alcance.

Una nueva forma de entender las emociones

La visión típica de las emociones es que son como actos reflejos, algo que no podemos controlar. Esto nace del punto de vista clásico de cómo nacen las emociones y de cómo son algo espontáneo que ‘’nos acerca a quien somos de verdad’’, y que por lo tanto tienen un alto factor de irracionalidad. Esta visión clásica ha sido adoptada por muchos pensadores a lo largo de la historia, desde Aristóteles, Buda, Darwin, Descartes y Freud, hasta pensadores modernos como Steven Pinker, Paul Ekman y el Dalai Lama. Esta visión pasiva de las emociones se enseña en los libros de texto de psicología y se refleja en cómo los medios las discuten. 

Se cree que hay un conjunto de emociones que se pueden encontrar en toda la humanidad y que cada una de ellas tiene una propiedad o “esencia” subyacente. Este concepto se llama esencialismo. Asume que cada uno de nosotros no solo es igualmente emocionalmente expresivo, sino que también es capaz de reconocer automáticamente las mismas emociones en los demás.

Es como si el cerebro estuviera precableado con neuronas para emociones específicas. Una vez que se activan las neuronas, producen respuestas físicas. Y es a través de ellas que se identifican las emociones. Imagina que tenemos un compañero molesto. Activará “neuronas de la ira”, lo que en consecuencia hará que “nuestra sangre hierva”.

Se suelen explicar como algo con lo que nacemos, y que recibimos como resultado de nuestro desarrollo como Homo Sapiens, y que cada región de nuestro cerebro controla algún tipo de emoción, de forma que todos sentimos las cosas de la misma forma. 

Esta es la visión más tradicional sobre el funcionamiento de las emociones, pero la realidad es diferente. Las emociones en realidad se pueden expresar de distintas formas y no hay una única forma de “sentir”.

Esta es la razón por la que tenemos tantas palabras para expresar sentimientos que son sutilmente diferentes. Existen porque realmente son emociones diferentes que dependen de quién seamos y de lo que hayamos experimentado. Cada emoción es única y depende del contexto

Además se ha visto que las emociones no se producen en regiones concretas del cerebro, sino que en realidad nacen del trabajo conjunto de múltiples regiones, regiones que pueden variar según nuestras experiencias. No hay una región concreta de “emoción universal”.

Cómo lidiar con nuestras emociones y traumas

Los desequilibrios emocionales que experimentamos como adultos se asemejan a los que experimentamos como niños. Sin embargo, rastrear las causas de estos desequilibrios es difícil. No recibimos la simpatía que merecemos de los demás porque los orígenes de nuestras emociones actuales son poco claros e invisibles. 

Un amigo puede considerarnos cobardes o débiles. Lo que no se dan cuenta es que es posible que hayamos desarrollado esas características como resultado del comportamiento competitivo y de intimidación de nuestros padres. 

Somos reacios a admitir, o incluso recordar, lo que causó nuestras heridas emocionales. Reconocer cómo nuestras experiencias de la infancia han influido  en nuestros comportamientos de adultos puede ser humillante. Preferimos tener nostalgia del pasado en lugar de confrontarlo. Eso es, sin embargo, lo que debemos hacer para entender nuestras propias deficiencias.

Nadie ha tenido una infancia emocionalmente sana en todos los sentidos. Pero es útil saber qué aspectos de nuestra situación eran  sanos o no sanos. Para empezar, podemos hacernos las siguientes preguntas: ¿Tuve un cuidador que siempre antepuso mis necesidades a las suyas? ¿Mis padres evitaron juzgarme? ¿Esperaban que yo fuera un buen chico o chica todo el tiempo, o tenía la libertad?  

Es hora de evaluar cuánto nos ha herido nuestro pasado. Una forma de hacerlo es mirar dónde nos encontramos en cuatro indicadores clave de salud emocional. El primero es la autoaceptación. 

Esto determina cómo nos percibimos a nosotros mismos. Está ligado a la autoestima, ya que es más probable que creamos que merecemos un mal trato o que todo es culpa nuestra. La segunda cualidad es la franqueza, o la capacidad de aceptar nuestros defectos sin necesidad de defender nuestra normalidad. 

El tercer factor es la comunicación. En lugar de interiorizar nuestros sentimientos, arremeter contra nosotros o callar a los demás, la comunicación nos permite expresarlos verbalmente. Para acabar, está la confianza. ¿Qué nivel de riesgo estamos dispuestos a asumir? ¿Es el mundo un lugar aterrador para nosotros o se siente seguro? Podemos tener una idea de nuestras heridas y, como resultado, qué tipo de vendajes podríamos necesitar al evaluar estos marcadores clave.

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