Resumen del libro Willful Blindness por Margaret Heffernan

Resumen del libro Willful Blindness por Margaret Heffernan

Reseña/Sinópsis: Willful Blindness (2011) trata sobre un fenómeno a través del cual los humanos bloquean las incómodas realidades del mundo. El libro explica cómo y por qué las personas a menudo no pueden ver lo que está justo frente a sus narices y describen los pasos que todos podemos tomar para abrir los ojos a la verdad. 

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El amor nos ciega, el sesgo cognitivo del amor

El amor es una de las emociones más poderosas que experimenta un ser humano, pero también conlleva peligros inherentes. Amar a alguien es verlo a través de una lente color de rosa que  oculta sus defectos. Como resultado, el amor puede oscurecer la verdadera naturaleza de otra persona, lo que puede tener consecuencias  desastrosas. 

Algunas personas no se darán cuenta cuando sus parejas están abusando de sus hijos. Solo después de que los hechos se vuelven innegables, digamos a través de una investigación policial, las pequeñas señales de abuso se vuelven imposibles de ignorar. La ceguera deliberada que oscurece las señales a menudo se ve alimentada por una variedad de temores, como perder al sostén de la familia o cuestionar las suposiciones sobre una pareja.  

A menudo luchamos por mantener la opinión que tenemos de una pareja, incluso cuando las opiniones son delirantes. Nuestra propia identidad puede depender mucho de lo que la otra persona piense del usuario. Una vez que descubrimos algo que destruye la identidad de la otra persona, nuestra propia identidad se hace añicos junto con la de él o ella. 

Todo esto se reduce al hecho de que al cerebro humano no le gustan los conflictos. Como resultado, ignoramos activamente cualquier hecho que pueda refutar nuestras suposiciones previas. Alice Stewart ofrece un buen ejemplo. En la década de 1950, descubrió que la exposición a rayos X durante el embarazo está relacionada con tasas más altas de leucemia. 

Sin embargo, en ese momento, era impensable para los médicos que dosis bajas de rayos X pudieran tener consecuencias dañinas. Debido a esta suposición, la gente asumió que los hallazgos de Stewart eran incorrectos. Hicieron todo lo que pudieron para mantener sus creencias e ignorar la información. 

Después de muchos años de disputa ya no podían evitar la realidad. Detrás de esta negativa a creer algo evidentemente obvio estaba lo que el psicólogo Anthony Greenwald llamó el ego totalitario. Se aleja de ideas amenazantes o incompatibles, llegando incluso a reescribir la historia para preservar la propia imagen. Este impulso psicológico funciona como un estado policial interno que nos conduce hacia la ceguera voluntaria.

Tendemos a evitar verdades incómodas

¿Hemos visto un avestruz enterrando su cabeza en la arena, o al menos una foto de uno haciéndolo? Aunque este fenómeno a menudo se caracteriza como algo que hacen los avestruces para sentirse seguros o para esconderse, en realidad es una ilusión óptica. 

Dado que las cabezas de los avestruces son pequeñas comparadas con su cuerpo, puede parecer que están enterrando sus cabezas cuando  están hurgando en la arena en busca de comida. Pero mientras estos grandes pájaros no se esconden de la realidad, los humanos lo hacen todo el tiempo, 

En la Alemania nazi, las personas que vivían en la proximidad los campos de concentración afirmaban ignorar los crímenes que tenían lugar en su propio patio trasero. Aunque la masacre era obvia, estas personas se negaron a verla, la realidad era  horrible y no podían soportar reconocer lo que estaba sucediendo. 

Y esto no se limita a situaciones extremas. Muchos de nosotros no somos conscientes de los peligros de dormir muy poco. Varios estudios han demostrado que una sola noche sin dormir tiene efectos fisiológicos equivalentes a alcanzar un nivel de alcohol en la sangre del 0,1 por ciento, lo suficientemente alto como para que sea ilegal conducir en muchos lugares. 

Varios artículos realizados por Charles Czeisler, profesor de medicina del sueño en la Escuela de Medicina de Harvard, incluso encontró que las posibilidades de que los internos del hospital se apuñalen con una aguja o un bisturí aumentaron en un 61 por ciento después de un turno de 24 horas. 

La mayoría de nosotros parecemos no estar dispuestos a ver los peligros a los que nos enfrentamos. Es fácil para nosotros esconder nuestras cabezas de las realidades de la vida y el deseo de cegarnos aumenta aún más cuando estamos en un contexto social. 

Los experimentos han demostrado que, si una persona nota señales de un incendio mientras está sola en una habitación, reaccionará en segundos. Sin embargo, cuando un grupo de personas se encuentra en la misma situación, su tiempo de reacción colectivo puede ser mucho más lento. Como resultado, una persona en un grupo puede ver humo e ignorarlo porque nadie más está reaccionando. 

Cuando nos encontramos en compañía de otros, se vuelve importante para nosotros cómo somos percibidos. Esto genera problemas porque, si nadie más está reaccionando a un estímulo, cualquier reacción puede generar un conflicto en el grupo. Como resultado, en lugar de decir algo, la mayoría de nosotros permanecemos al margen.

El Experimento de la Cárcel de Stanford

El experimento de la cárcel de Stanford, también conocido como el experimento del prisionero, fue un experimento realizado por el profesor Philip Zimbardo en 1971 en el que se reclutó a 24 estudiantes universitarios como voluntarios para que cumplieran la función de guardia o de prisionero.

El objetivo del estudio era ver hasta qué punto crear las condiciones para separar a los grupos podrían hacer que cada uno de ellos se metiese en su propio papel. Para ello los guardias recibieron porras y uniformes, gafas de espejo para evitar el contacto visual, y podían volver a casa al finalizar sus turnos para que se metiesen en el papel de que era un trabajo.

Los prisioneros llevaban batas, sandalias de goma y sin ropa interior para que se sintiesen aún más incómodos y facilitase el proceso de ‘’despersonalizar’’ a los prisioneros. Durante el experimento los prisioneros eran designados por números y no por nombre, y en todo momento llevaban una cadena en los tobillos.

En todo el experimento la única noción que le dieron a los guardias fue que no podían ejercer violencia física y que era parte de su responsabilidad dirigir la prisión según su criterio.

Y a los prisioneros les mandaron a sus casas, hasta que viniesen a por ellos policías, que les detuvieron como si se tratase de sospechosos, reales, con toma de huellas, fotos y lectura de sus derechos Miranda.

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