
Resumen del libro Unsubscribe How to Kill Email Anxiety, Avoid Distractions and Get REAL Work Done por Jocelyn K. Glei
Reseña/Sinopsis: Unsubscribe (2016) pone nuestra relación enfermiza con el correo electrónico bajo la lupa. Nuestras vidas están lo suficientemente ocupadas de por sí, asi que ya es hora de dejar de perder horas poniéndonos al día con los correos electrónicos y respondiendo mensajes sin importancia. Con la ayuda de esta guía práctica, podremos organizar nuestra bandeja de entrada y nuestra vida.
¿Quién es Jocelyn K. Glei?
Jocelyn K. Glei se especializa en ayudar a otros a aprovechar al máximo su jornada laboral. Sus otros libros de venta incluyen Administrar nuestro día a día y Maximizar nuestro potencial.
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¿Cuántas veces al día nos detenemos a revisar nuestro correo electrónico?
¿Intentamos evitarlo por completo o somos una de esas personas que pulsa actualizar una y otra vez? Incluso si sabemos que somos un poco obsesivos, podemos ser más adictos de lo que pensamos. El trabajador de oficina promedio revisa su bandeja de entrada 74 veces al día.
El acto de revisar el correo electrónico es adictivo. Parece que sentimos que cada uno de estos mensajes no leídos ofrece la promesa de una agradable sorpresa, de información urgente, pero este no suele ser el caso.
Incluso si la idea de volver a estar al tanto de nuestros mensajes posteriores al fin de semana nos pone nerviosos, aún nos sentiremos atraídos por la tarea. Nos volvemos adictos a la sacudida de alegría que nos da ver nuevos mensajes y al sentimiento de que estamos haciendo algo útil. Nuestra adicción proviene de un impulso primario que busca recompensas positivas.
Es este impulso el que nos lleva a revisar nuestra bandeja de entrada una y otra vez, aunque no estemos seguros de cuándo llegará la próxima recompensa. Nos mantiene revisando el interminable correo basura y los mensajes de trabajo y familiares para encontrar esas gemas que nos hacen sentir emocionados y tener, ya sea un correo electrónico de trabajo, un descuento de algún producto o un amigo casi olvidado.
El correo electrónico afecta nuestra psicología en más de un sentido. También provoca una paradoja del progreso. Cuando posponemos la realización de tareas importantes abriendo cada mensaje de correo electrónico en el momento en que llega, estamos engañando a nuestro cerebro. Por un lado, nos sentimos productivos porque estamos reduciendo la cantidad de mensajes en nuestra bandeja de entrada, pero no estamos logrando casi nada.
Y aunque lo sabemos seguimos cayendo, porque reducir a cero esa cantidad de correos electrónicos no leídos es una recompensa casi irresistible, ya que desencadena la misma respuesta que obtenemos al realizar una tarea importante.
Más no siempre es mejor
Enviamos un correo electrónico que fue escrito con las mejores intenciones, solo para recibir una respuesta de una frase que quizá ni siquiera responde a nuestra pregunta. La palabra escrita es, obviamente, diferente de la comunicación verbal. Las señales faciales, el tono de voz, el lenguaje corporal, un mensaje de correo electrónico no puede contener estas cosas.
Y, sin embargo, a menudo escribimos mensajes en el mismo “idioma” que usaríamos en una conversación cara a cara. Según el psicólogo Daniel Goleman. Esto conduce a un sesgo de negatividad: el lector de un correo electrónico supondrá que el contenido es más negativo de lo que se pretendía, simplemente porque no tiene acceso al otro tipo de información que suele recibir cuando se habla en persona.
Si el remitente se siente bien con el contenido, el lector se sentirá neutral. Y si el emisor se siente neutral, el receptor lo tomará como negativo, y así sucesivamente. Otro problema con nuestra confianza en un correo electrónico es la regla de reciprocidad, que establece que las personas se sienten obligadas a responder a un acto positivo con un acto igualmente positivo.
Pero dada la enorme cantidad de mensajes de correo electrónico que la gente recibe al día, esta regla se ha vuelto imposible de seguir. Era una historia diferente en la década de 1970, cuando el sociólogo Phillip Kunz envió 600 tarjetas de Navidad hechas con amor a completos extraños. Y efectivamente, consiguió muchas respuestas, incluidas cartas escritas a mano de varias páginas. Y el efecto es tal que muchos de estos extraños continuaron enviándole saludos festivos similares años después.
El experimento de Kunz destaca nuestro deseo de corresponder, incluso cuando no pedimos el gesto original. Pero hoy en día, recibimos tantos mensajes, sea en forma de correos electrónicos u otros, que parece que ya no sentimos esa necesidad de tomarnos el tiempo para responder de forma concienzuda. Esto hace que sea imposible mantenerse al día con la regla de la reciprocidad, un hecho que puede hacer que muchas personas se sientan frustradas, culpables y avergonzadas.
¿Por qué son tan adictivos los emails?
Si hay un tipo de experimento científico que siempre está presente en la imaginación colectiva, son aquellos en los que se manipula de alguna forma el comportamiento de las ratas. Tradicionalmente, las ratas son alimentadas o reciben descargas eléctricas para fomentar o desalentar conductas y tendencias específicas.
Dichos experimentos muchas veces estudian el comportamiento de una hormona y neurotransmisor llamada dopamina en el cerebro. Y, es esta misma la que controla nuestra relación con nuestros teléfonos.
Cuando se libera dopamina se une a los receptores de placer en el cerebro, lo que nos hace sentir placer. Si participamos en una actividad que hace que se libere dopamina en el cerebro, comenzamos a asociar esa actividad con el liberador de dopamina y la realizaremos con más frecuencia.
Cuando los humanos eran cazadores-recolectores, este aumento de dopamina tenía un propósito. Nos llevaba a buscar comida y cazar, y nos permitía centrarnos en aquellas actividades que podían tener alguna recompensa y que podrían estar relacionadas supervivencia.
El problema es que la evolución no nos preparó para el tipo de vidas que llevamos hoy en día, sea por las distracciones constantes, o el exceso de alimentos dulces de nuestras dietas, nuestra respuesta de dopamina se ha vuelto una espada de doble filo.
Y el hecho de que cada vez sepamos más sobre como funciona el cerebro, y que el dinero vaya hacia aquellos que pueden hacer uso de estos descubrimientos, ha resultado en industrias enteras cuyo trabajo es hacer productos adictivos.
Tomemos, por ejemplo, a Ramsay Brown, el fundador de Dopamine Labs, que desarrolla algoritmos para aplicaciones de redes sociales. Cada algoritmo está destinado a provocar la liberación de dopamina en el cerebro de los usuarios individuales. Como resultado, continúan usando sus teléfonos e interactuando con la aplicación en cuestión durante períodos de tiempo más prolongados.
Por ejemplo, un algoritmo puede guardar un “Me gusta” o mensajes de otros usuarios, y observa los patrones de interacción de la aplicación del usuario para predecir cuándo se aburre para que le pueda enseñar otro tema y mantenerlo conectado. En ese preciso momento, la aplicación libera todos sus Me gusta y mensajes guardados previamente. Esta retroalimentación del usuario hace que se libere dopamina en el cerebro del usuario. Como resultado, siguen en el entorno de la aplicación, y con el tiempo empezamos a desarrollar una adicción. Y esto es exactamente lo que parece haber pasado con los correos electrónicos.
