Resumen del libro The Practicing Mind por Thomas M. Sterner

Resumen del libro The Practicing Mind por Thomas M. Sterner

Reseña/Sinópsis: The Practicing Mind (2005) proporciona una solución inteligente para lidiar con la ansiedad mientras nos esforzamos por cumplir con nuestros objetivos. El libro explica el impacto de nuestras expectativas en nuestra productividad y revela los pasos que podemos tomar para vivir en el ahora, disfrutar de nuestro progreso y hacer las cosas. 

¿Quién es Thomas M. Sterner?

Thomas M. Sterner realizó estudios de filosofía oriental y occidental, así como de psicología deportiva moderna. Preparó y mantuvo el piano de cola del lugar para cientos de músicos de renombre mundial mientras trabajaba como técnico principal de conciertos para un importante centro de artes escénicas. Tiene un programa de radio sobre la mente y sigue enseñando sus técnicas a empresarios y deportistas en clínicas deportivas.

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Los problemas del perfeccionismo

A veces parece que no importa lo bien que practiquemos algo, siempre habrá alguien que lo haga un poco mejor que nosotros. Sin duda, es exasperante. También puede influir sobre nuestras actitudes hacia varios aspectos de nuestras vidas. Pero, ¿por qué estamos tan frustrados en primer lugar? 

Si hay un defecto que comparten todos los humanos, es el de proponernos ideales  inalcanzables. Todos tenemos una imagen en la cabeza de lo que creemos que es una vida perfecta, lo que hace que nuestras vidas reales parezcan inadecuadas en comparación. 

Algunos de nosotros queremos un mejor trabajo, otros queremos más amigos y otros queremos mejorar nuestra apariencia. Probablemente no nos sorprenda saber que los medios de comunicación y el marketing contribuyen a estas elevadas expectativas. 

Una de las principales razones por las que creemos que nuestras vidas no tienen sentido es el Pensamos que necesitamos tener todo lo que “queremos” para ser felices. Sentimos que si no estamos haciendo algo, ya sea dedicar horas a trabajar cuando estamos cansados u organizando una fiesta o ayudando a alguna ONG, la vida no tiene sentido. 

Incluso si la mayoría de nosotros no somos o la Madre Teresa, la conclusión es clara: nuestras vidas pueden tener sentido. No tenemos que ser perfeccionistas cuando se trata del significado de la vida. ¿No sería fantástica la vida si todo fuera perfecto? Quizás pero algo no tiene que ser perfecto para ser fantástico, o incluso bueno. Y hay algunos inconvenientes con dejarnos llevar por el perfeccionismo. 

Por un lado, se aplica de forma inconsistente la mayor parte del tiempo. Las personas que son perfeccionistas sobre el significado de la vida con frecuencia no lo aplican a otros aspectos de sus vidas. Como resultado, existen dos conjuntos de estándares que usamos para evaluar el mundo. Si somos perfeccionistas, por ejemplo, es probable que no queramos ir a un restaurante a menos que sirva la mejor cocina japonesa. O nos consideramos un desastre si no cumplimos con nuestras metas, incluso si estamos mejorando. Por ejemplo, podríamos sentirnos mal si decimos que vamos a escribir 5 páginas hoy pero solo llegamos 3, o si queremos ganar músculo y en lugar de levantar 10kg más este mes solo subimos 5kg.

Pero esto, a la larga, no es sano. Si vamos en la dirección correcta, esta bien disfrutarlo y esta bien recompensarnos por ello, no hace falta que nos fustiguemos si no cumplimos con unas metas que establecimos sin saber lo que pasaría ese día. Uno de los sesgos cognitivos más conocidos es el de nuestra tendencia a asumir que el caso óptimo es el real. Por ejemplo, en un estudio se le preguntó a un grupo de estudiantes cuánto tiempo pensaban que les llevaría acabar sus deberes. 

A uno de los grupos le preguntaron cuánto creen que tardarían en el mejor de los casos, y al otro le preguntaron cuánto creían que tardarían si va como siempre. El resultado es que ambos hacían predicciones muy similares, lo que indica que pensaban que lo normal es lo que en realidad sería lo ideal. Y cuando les preguntaron en la fecha que habían comentado, si habían terminado sus deberes, menos del 30% los tenían hechos.

¿Por qué parecemos mejorar cada vez más en procrastinar cuando se acerca una fecha límite importante? 

Puede ser estresante sentir que nos cuesta concentrarnos cuando sabemos que tenemos un trabajo importante que hacer. A menudo, esto se debe a que estamos preocupados por nuestro objetivo final, que parece estar seguir estando demasiado lejos, sin importar cuánto trabajemos. Esto, a su vez, nos deprime y reduce nuestra productividad. 

Por eso, en lugar de centrarnos en el futuro, debemos concentrarnos en el momento para hacer lo mejor posible. Este es un cambio de perspectiva. Pensar en nuestro objetivo puede hacernos sentir miedo y ansiedad, lo que puede hacer que perdamos el enfoque en la tarea que tenemos entre manos. Sin embargo, el simple hecho de centrar nuestros pensamientos en el ahora reducirá significativamente nuestra ansiedad. 

Dejar a un lado por un momento nuestro objetivo final y centrarnos en los pasos que daremos para llegar allí, nos permitirá ver cómo avanzamos y nos sentiremos más motivados que nunca. Esto no quiere decir que debamos perder de vista nuestros objetivos. 

Las metas son importantes, pero no sirven de nada si las usamos para seguir nuestro progreso. Esto, una vez más, nos desanima. Nuestros objetivos deben usarse como un timón para guiarnos en la dirección correcta. Sin embargo, para dejarnos guiar, debemos asegurarnos de responder a los problemas de forma racional. 

En lugar de permitir que nuestras emociones controlen nuestras reacciones, debemos dar un paso atrás y evaluar lo que funciona y lo que no funciona en ese momento. Una vez que hayamos hecho eso, podemos ajustar nuestras acciones posteriores. 

¿Hay alguna tarea en nuestra lista de tareas pendientes que nos llene de pavor? 

Tal vez sea enviar un correo electrónico incómodo o completar un formulario complicado. No importa lo que sea, tareas como estas consumen menos tiempo y son menos dolorosas de lo que imaginamos. El truco es empezar. 

Si empezamos nuestro día, el momento en el que tenemos más disciplina, haciendo las tareas que menos nos apetecen, el resto del día será mucho más sencillo y tendremos menos probabilidades de procrastinar.  

Otra técnica para ganar impulso con una tarea que no tenemos muchas ganas es simplemente centrarnos en los primeros diez minutos, por ejemplo, si nos hemos prometido que iremos al gimnasio, podemos prometernos que iremos solo diez minutos y si no queremos seguir podemos irnos. Al hacernos esta promesa será mucho más fácil que demos el primer paso, y una vez que hemos dado el primer paso será mucho más difícil que lo dejemos a medias. 

Esta técnica se puede aplicar a cualquier tarea ¿Necesitamos limpiar el baño? Empecemos con diez minutos fregando el fregadero. ¿Se acerca una gran presentación? Tomémonos diez minutos para redactar nuestra primera diapositiva. Con esos primeros diez minutos fuera del camino, nos resulta más fácil seguir adelante. 

La segunda técnica es aún más simple: empecemos las tareas cuando sepamos que tendremos la energía para realizarlas. Si somos una persona madrugadora, por ejemplo, programemos las tareas importantes para las primeras horas cuando nos resulte más fácil. Sin embargo, si nuestra productividad alcanza su punto máximo por la noche, no tiene sentido empezar un proyecto importante por la mañana. Será mucho menos probable que lo pospongamos si lo trasladamos a la noche, cuando nos sentimos frescos.

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